Por Ben Wayman

Una de las imágenes más esperanzadoras en la historia del cine es cuando “Dash”, Dashiell Robert Parr de “Los Increíbles”, descubre su habilidad para correr sobre el agua. Su sorpresa y alegría son palpables mientras corre sobre el agua para evadir a sus amenazantes perseguidores. Para los cristianos, esta imagen recuerda la de Pedro caminando sobre el agua, aunque sea brevemente, en busca de Jesús.

Desde los días de la iglesia primitiva, los cristianos han observado durante mucho tiempo una tensión entre ser hechos a semejanza de Dios y la búsqueda distorsionada y egocéntrica de ser “como Dios”. Vemos esta tensión ya en el libro del Génesis, tanto a través de la narrativa de la creación de ser hecho a imagen y semejanza de Dios como de la consiguiente tentación de la serpiente de aferrarse a la capacidad de “ser como Dios”. ¿Cómo deberían los cristianos afrontar esta tensión y cómo podríamos abrazar fielmente el destino de Dios para nosotros?

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«… este destino no es algo que aprovechemos, sino en lo que nos convertimos a través de una amistad paciente con Dios».

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Hace varios años, Justo González visitó la universidad donde enseño para dar algunas conferencias sobre el ministerio pastoral y el discipulado cristiano. Durante su estancia con nosotros, presentó a un grupo de pastores la visión de Ireneo sobre la Caída comparándola con la de un niño que quería ser como su padre y que podía bajar escaleras de dos o tres a la vez. “Lo harás, hijo, algún día”, respondió su padre. Pero impaciente, el joven hizo un cortocircuito en el proceso y bajó las escaleras saltando tres escalones a la vez. El niño se cayó, se golpeó la cabeza y sufrió una lesión mortal en la cabeza. “Así entiende Ireneo la Caída”, explicó González.

Llegar a ser semejante a Cristo

Ser como Dios no es un deseo idólatra. Es el destino de Dios para nosotros. Sin embargo, este destino no es algo que aprovechemos, sino en lo que nos convertimos a través de una amistad paciente con Dios.

En su oración sumo sacerdotal, Jesús ora por sus discípulos, prometiéndoles: “el que cree en mí también hará las obras que yo hago y aun las hará mayores” (Juan 14:12 NVI). El plan de Dios para nosotros es que seamos como Dios. Cuando el Jesús de Mateo enseña a sus discípulos a “sed, pues, perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”, y el Jesús de Lucas les instruye a “sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso”, los evangelistas mantienen esta visión de que la humanidad está destinada por la divinidad.

Imitar a Cristo no es simplemente representar a Cristo como un títere. Imitar a Cristo implica un cambio en nuestro ser, en nuestra persona, por el que somos transformados y profundamente renovados por la vida misma de Dios. Tal transformación implica no sólo cambios caracterológicos en nuestros hábitos y afectos como producir el fruto del Espíritu, sino también cambios relacionales como amar a los enemigos y participar del amor intratrinitario de Dios. Los primeros cristianos como Ireneo, Atanasio y Gregorio Nacianceno hablaron del destino divino de la humanidad al proclamar: “Dios se hizo hombre para que el hombre se convirtiera en Dios”.

La noción de divinización fue un pilar del pensamiento cristiano primitivo, no sólo en Oriente sino también en Occidente. La idea no es que la humanidad se convierta en Dios, sino que se parezca cada vez más a Dios, quien creó a la humanidad a su semejanza e imagen en el principio. Para tales cristianos, el bautismo marcó nuestro nuevo nacimiento por el Espíritu mediante el cual crecemos y somos sostenidos por la carne y la sangre de Cristo en la Eucaristía, y así nos convertimos en lo que comemos: pequeños Cristos.

¿Cómo sería para nosotros abrazar nuestro destino de deificación? Para empezar, podríamos reconcebir nuestro ser hecho a semejanza de Dios como un plan para nuestro florecimiento. Dios no es una deidad punitiva que exige alineación moral o alabanza banal. Dios es un amigo generoso, que nos da todo lo que necesitamos para la amistad con Dios y la vida con Dios para siempre. Si la amistad con Dios es nuestro destino, entonces Dios nos da lo que necesitamos para “mantenernos al día” con Dios que camina sobre el agua, calma las tormentas, alimenta a los hambrientos, derriba a los poderosos de sus tronos y llena los vacíos con cosas buenas. Para estar en compañía de Dios, debemos llegar a ser como Dios, lo cual fue el plan de Dios desde el principio.

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«Llegar a ser plenamente humano no se puede aprovechar ni captar, sino recibirlo como un regalo de Dios para nosotros».

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Convertirse en completamente humano

Una segunda implicación de nuestro destino divino de vida con Dios, de llegar a ser como Dios, es que, de hecho, seremos capaces de hacer cosas “mayores que éstas”, como Jesús promete a sus discípulos en Juan 14.

En el libro de los Hechos, vemos cómo la incipiente iglesia se reunía regularmente para partir el pan y celebrar la victoria de Cristo a través de la Eucaristía, y así se encontró curando enfermedades, venciendo la muerte y haciendo otras cosas cristianas mientras se convertía en una nueva comunidad de amigos con Dios. A través de la amistad con Dios y su continuo alimento de la Eucaristía, la iglesia primitiva y nosotros nos convertimos en lo que comemos. Nos volvemos como Dios.

Al mantenernos en compañía de Dios, al recibir a Cristo en la Eucaristía, nos volvemos plenamente humanos. Llegar a ser plenamente humano no se puede aprovechar ni captar, sino recibirlo como un regalo de Dios para nosotros. Ireneo vio claramente que “la gloria de Dios era un ser humano plenamente vivo”.

Desde el principio, la idea de Dios no era que camináramos sobre el agua, sino que corriéramos sobre el agua con el Dios que aplasta al leviatán y hace nuevas todas las cosas. La buena noticia es que el reino de Dios es vida bajo el gobierno del Creador, que no quiere nada menos que llegar a ser como Dios. Fuimos hechos para correr sobre el agua.

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Ben Wayman, PhD., es el pastor principal de la Iglesia Metodista Libre de St. Paul en Greenville, Illinois. También se desempeña como catedrático James F. y Leona N. Andrews para la unidad cristiana en la Universidad de Greenville y como presidente de la Escuela Bastian de Teología, Filosofía y Ministerio de la universidad. Además de escribir para publicaciones como Christianity Today y The Christian Century, es autor de varios libros, entre ellos “Diodore the Theologian” [Diodoro el teólogo], “Make the Words Your Own: An Early Christian Guide to the Psalms” [Haga suyas las palabras: una guía cristiana primitiva de los Salmos} y la edición moderna del clásico de B.T. Roberts de 1891, “La ordenación de la mujer”.

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