Obispo Keith Cowart

Obispo Keith Cowart

El Obispo Keith Cowart, D. Min., supervisa los ministerios Metodistas Libres, así como la Eastern Seaboard (Costa Este), en el Centro Sur de los Estados Unidos y también en Europa, el Medio Oriente y Asia. Fue elegido obispo de la Iglesia Metodista Libre – USA en la Conferencia General de 2019. Anteriormente sirvió como superintendente de la Región Sureste después de 21 años como el pastor principal fundador de la Iglesia Comunidad de Cristo, en Columbus, Georgia.
por Obispo Keith Cowart
Las últimas palabras están destinadas a tener un impacto. En esas raras ocasiones en las que se nos concede saber que nuestras palabras son “finales” en cierto sentido (por ejemplo, una hija que parte a la universidad, el día de la boda de un hijo, el último sermón de un pastor, un adiós en el lecho de muerte), pensamos mucho en lo que diremos porque queremos que nuestras palabras cuenten.

Justo antes de ascender al cielo, Jesús pronunció estas últimas palabras a aquellos que lo habían estado siguiendo durante tres años: “Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes” (Mateo 28:19-20). De todas las cosas que Jesús podría haber dicho en esa ocasión trascendental, eligió encargar a Sus discípulos que tomaran el mensaje y la vida que Él les había dado, y se los dieran a los demás en todo el mundo.

Las últimas palabras de Jesús evocan las primeras palabras pronunciadas por Dios a Adán y Eva: “Sean fructíferos y multiplíquense”. Así como Dios les había dado vida, ahora debían dar vida a los demás de una manera que llenara la tierra de personas. Este es el estilo de Dios. Ya se trate de peces, aves (Génesis 1:22) o humanos (Génesis 1:28), todas las especies están diseñadas para reproducirse, para generar vida a partir de la vida. De hecho, cualquier especie que no se reproduzca, tarde o temprano, desaparecerá de la faz de la tierra.

A medida que seguimos avanzando en los cinco valores del Estilo Metodista Libre, es importante que no confundamos nuestros valores con nuestra misión. La misión define lo que hacemos. Los valores describen quiénes somos y cómo cumplimos esa misión. La misión central de cada cristiano y de cada iglesia es hacer discípulos. Los valores del Estilo Metodista Libre describen las maneras únicas en que creemos que Dios nos ha llamado vivir esa misión como familia ministerial. Esta distinción es importante porque la iglesia siempre perderá su camino cuando uno o más valores (tan correctos y buenos como sean) se conviertan en la misión. La santidad, la justicia, la multiplicación, la colaboración y la revelación no son nuestra misión, pero sí hablan de lo que más valoramos cuando se trata de vivir nuestra misión. Al identificar la Multiplicación Impulsada por Cristo como uno de nuestros valores fundamentales, estamos diciendo que creemos que la multiplicación es esencial para la creación de discípulos porque eso fue lo que hizo Jesús y Él nos mandó seguir Su ejemplo.

¿Alguna vez has considerado el hecho de que Jesús podría haber alcanzado a las personas de cualquier manera que deseara? Podría haber pasado 1000 años llevando personalmente Su mensaje a todas las naciones de la tierra. Podría haber esperado la era digital y divulgado su mensaje de manera instantánea. En su lugar, eligió embarcarse en un viaje de tres años durante el cual dedicó la gran mayoría de Su tiempo y energía a doce individuos. Jesús invirtió profundamente en la vida de unos pocos para maximizar Su impacto en sus vidas y capacitarlos para que hicieran lo mismo por los demás. Al hacerlo, Él estaba eligiendo confiar en el proceso de multiplicación para llevar el evangelio a los confines de la tierra.

Una llamada de alerta

En términos prácticos, creemos que este principio de multiplicación debería afectar nuestro movimiento en todos los niveles: “los creyentes alcanzando a los no creyentes, los discípulos haciendo discípulos, los líderes desarrollando líderes, las iglesias plantando iglesias y los movimientos formando movimientos”. Pero debemos confesar que, de todos los valores del Estilo Metodista Libre, en la multiplicación vemos una brecha mayor entre la aspiración y la realidad. Para que alguna vez se convierta en un valor genuino que vivimos de maneras significativas, debemos comenzar diciendo la verdad sobre nuestra realidad actual:

  • Una revisión rápida de nuestro informe anual más reciente revela que muchas de nuestras iglesias no han reportado un nuevo converso en años. Muy pocos han informado un crecimiento significativo como resultado de llegar a personas que aún no están siguiendo a Jesús.
  • En términos de cantidad de iglesias en nuestro movimiento, los primeros metodistas libres plantaron 500 nuevas iglesias en los EE. UU. entre 1860 y 1880. En los veinte años siguientes, esa cifra se duplicó a más de 1000. En los últimos 120 años, nuestra cantidad total de iglesias ha disminuido a menos de 850 iglesias.
  • Cuando se trata de membresía, nuestro movimiento llegó a su pico máximo en 1992 con más de 74.000 miembros. Nuestro recuento más reciente (2018) fue de poco más de 68.000.
  • Nuestra mayor área de crecimiento ha sido la asistencia al servicio de adoración con promedios que han llegado a más de 100.000 hace unos años, pero incluso esta cifra ha disminuido a poco menos de 92.000 en nuestro informe anual más reciente (2018).

Uno de los hallazgos de los datos combinados es que hemos alcanzado un número relativamente alto en la asistencia promedio al servicio de adoración, pero en muchas menos iglesias. Esto sugiere que la mayor parte de nuestro crecimiento se ha producido a través de unas pocas iglesias grandes, mientras que nuestra presencia general en los Estados Unidos ha disminuido constantemente. Podríamos permitir que esta realidad nos desanime o podemos dejar que sea una llamada de alerta que nos despierte de un largo sueño espiritual.

Un llamado al arrepentimiento

Los historiadores nos recuerdan que todo verdadero despertar en la iglesia comienza con arrepentimiento. ¿De qué deberíamos arrepentirnos como familia ministerial cuando se trata de vivir nuestra misión de hacer discípulos a través de la multiplicación? Si la iglesia del Occidente en términos generales se ha desviado de su rumbo, ¿de qué manera hemos participado en ese proceso?

  • ¿Hemos descuidado nuestro imperativo misional de ser testigos de Jesucristo en el mundo y elegido, en cambio, abrazar la noción de que la iglesia existe principalmente para proporcionar servicios a los fieles?
  • ¿Hemos estado más preocupados por preservar la cultura cristiana en nuestra nación que por llegar a los perdidos?
  • ¿Hemos perdido la confianza en el poder del evangelio para transformar la sociedad a través de vidas transformadas y elegido, en cambio, poner nuestra esperanza en la influencia política y el poder?

A nivel más personal, sería bueno preguntarnos lo siguiente como metodistas libres:

  • ¿Quedan vestigios de legalismo que nos hagan preocupar por aquellas cosas que nos separan en lugar de enfocarnos en las creencias esenciales?
  • ¿Vemos el mundo como un lugar oscuro que debe evitarse en lugar de un campo misionero que conquistar?
  • ¿Hay algún orgullo espiritual que nos lleve a asumir que, como los metodistas libres somos pocos en cantidad, de alguna manera, eso indica que somos espiritualmente superiores?
  • Nuestra resistencia histórica al poder sobrenatural del Espíritu Santo, ¿nos ha robado nuestro medio principal para convertirnos en un movimiento que trasciende la iniciativa y los recursos humanos?

Se necesita valor para hacernos preguntas tan desafiantes, pero, si somos verdaderamente honestos en nuestras respuestas, Dios puede liberarnos del malestar de la deriva misional, dar nueva vida a nuestra familia ministerial y volver a hacernos un movimiento con un impacto significativo en nuestra nación para el reino de Dios.

Volver a ser un movimiento

Durante la mayor parte de mis años en la Iglesia metodista libre, he oído a varios líderes declarar que debemos, o bien volver a ser un movimiento, o bien morir lentamente. Tales cosas no pueden ser orquestadas por la mera voluntad humana, sino que tienden a suceder cuando el pueblo de Dios llega a un punto de desesperación que obliga a un retorno a lo esencial de lo que significa seguir a Jesús.

Creo que eso comienza con volver a nuestro primer amor por Jesús y Su reino. Lo digo con gran convicción personal y con profunda consciencia de mi propia necesidad en este punto. En las últimas semanas he tenido muy presentes estas declaraciones del apóstol Pablo:

  • “Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna, excepto de Jesucristo, y de este crucificado” (1 Corintios 2:2).
  • “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gálatas 2:20).
  • “Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21).
  • “Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor” (Filipenses 3:7-8).

A menudo me he preguntado cómo sería si tuviéramos tanta pasión por Jesús y Su reino como por nuestras opiniones sobre los temas que han dominado nuestro mundo en los últimos doce meses (restricciones por COVID, tensiones raciales, divisiones políticas). ¿Qué pasaría en nuestras iglesias y en nuestra familia ministerial si todos nos arrodilláramos, pidiéramos a Dios que nos perdonara por estar distraídos por cuestiones no esenciales, y nos dedicáramos totalmente a conocer a Jesucristo y darlo a conocer en todo el mundo? ¿Qué nos impide hacer exactamente eso?

También pienso que necesitamos redescubrir el poder del discipulado intencional. Confesaré que, durante muchos años como pastor de una iglesia en crecimiento, puse mi confianza en todas las maneras “orgánicas” en que estábamos disciplinando a nuestra gente: predicando, enseñando, ayudando a las personas a encontrar un lugar para servir, y conectándolas a través de grupos pequeños. Creíamos que, si nuestra gente se basaba en una enseñanza sólida y se involucraba en la vida de la comunidad, el discipulado ocurriría naturalmente. Parecía funcionar para algunos, pero no a la gran escala que esperábamos. Si Jesús entendió que la multiplicación de discípulos requiere una estrategia más intensiva, de vidas compartidas, parecería prudente seguir Su ejemplo. Si esperamos que los discípulos se multipliquen en todo nuestro movimiento, debemos estar dispuestos a hacer del discipulado intencional e intensivo una prioridad en nuestras iglesias.

Irónicamente, podemos buscar en nuestras propias raíces wesleyanas uno de los ejemplos más poderosos de la historia de la iglesia de cómo un modelo de discipulado intencional puede dar forma a un movimiento. En su libro “Marks of a Movement” [Marcas de un movimiento], Winfield Bevins señala que uno de los mayores beneficios del énfasis de Wesley en el discipulado intencional a través de bandas y clases fue que constantemente produjo el tipo de líderes necesarios para la creciente expansión del movimiento: “Con un alto compromiso con el discipulado, miles de líderes emergieron de las filas del metodismo temprano”. El desarrollo eficaz del liderazgo es esencial para cualquier movimiento multiplicador y se entiende mejor como una forma de discipulado avanzado.

Por último, debemos rechazar la idea de que el evangelismo y el discipulado son formas especializadas de ministerio para solo unos pocos creyentes. Lutero recuperó el principio bíblico del “sacerdocio de todos los creyentes”. Más recientemente, muchas de nuestras iglesias han adoptado el lema de que “todo creyente es un ministro”. Ahora haríamos bien en llevarlo al siguiente nivel y recuperar la idea fundamental del Nuevo Testamento de que “todo creyente es misionero”. Aunque ciertamente jugaron un papel importante, los viajes misioneros organizados no fueron la razón principal por la que la iglesia creció exponencialmente en sus primeros años. En Su Gran Comisión (Mateo 28:18-20), el énfasis de Jesús no fue que la gente se trasladara a otra región lejos de su hogar para hacer discípulos. Su orden fue hacer discípulos “en su camino”, sin importar el lugar. Confieso que mi propio viaje de discipulado no incluyó ningún énfasis en mi responsabilidad personal de compartir mi fe y hacer discípulos. Estoy descubriendo que esto también les ha sucedido a muchos otros cristianos de Estados Unidos (quizás a la mayoría). Este es un error que debemos corregir si queremos volver a ser un movimiento multiplicador.

El estilo de Jesús

Jesús nos muestra el camino en Mateo 9:35–10:1. Este es uno de esos momentos críticos en los que Jesús entrenó a Sus discípulos haciendo lo que Él quería que hicieran y luego los impulsó a hacerlo ellos mismos. También es una de esas cosas que Él tenía en mente cuando dijo que fueran “enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes” (Mateo 28:20).

Tómate un momento para reflexionar sobre las breves ideas de ese pasaje y considerar con espíritu de oración cómo Dios querría que respondas:

  • Él vio. Jesús no se aisló del mundo, sino que se puso en situaciones que le permitieron ver a la gente. ¿Cómo estoy encontrando, intencional y estratégicamente, maneras de acercarme a aquellos que aún no conocen a Jesús?
  • A Él le importó. La respuesta de Jesús revela lo que veía al mirar a las personas. Él respondió con una compasión desgarradora porque Él veía sus necesidades más profundas (personas perdidas, indefensas, acosadas) en lugar de ver su condición exterior (pecadores, rebeldes, enemigos). Cuando miro a una persona, ¿la veo como republicana o demócrata, liberal o conservadora, usuaria de mascarilla o no, amiga o enemiga… o veo personas que necesitan desesperadamente conocer a Jesús y el poder transformador de la vida del evangelio?
  • Él oró. Jesús oró para que Dios levantará obreros para el campo de cosecha. Debemos señalar que, inmediatamente después de esta oración, Él envió a aquellos que ya estaban con Él. Cuando hacemos esta oración, nunca debemos asumir que la respuesta es que Dios levantará a otra persona. Él está orando para que más personas lleguen a conocerlo y así más puedan ser enviados, pero Él claramente nos quiere en el campo de cosecha. ¿De qué maneras justifico mi poca disposición a ir al campo de cosecha?
  • Él dio autoridad. Tanto en este pasaje como en la Gran Comisión, Jesús dio autoridad a los discípulos antes de enviarlos. Él sabía que enfrentarían desafíos significativos. Más importante aún, Él sabía que ellos no tenían en sí mismos los medios para dar vida a los demás. Jesús simplemente les pidió que lo representaran a Él, que fueran agentes a través de los cuales Él haría lo que solo Él puede hacer. ¿Qué temores me han impedido abrazar el llamado de Jesús a representarlo en mi propio campo misional? ¿Creo que Él está conmigo y me dará todo lo que necesito para hacerlo eficazmente?

¿Pueden imaginar cómo se multiplicaría nuestro movimiento si cada metodista libre siguiera el ejemplo de Jesús? El historiador eclesiástico Michael Green describe cómo se evangelizaba en la iglesia primitiva:

“Esto [compartir el evangelio] no tiene que haber sido siempre predicación formal, sino conversaciones espontáneas con amigos y con conocidos ocasionales, en hogares, en bodegas, en caminos y en torno a los lugares de mercado. Iban por doquier conversando del evangelio; lo hacía naturalmente, con entusiasmo y con convicción propia de aquellos que no reciben pago alguno por su tarea. Y así eran tomados con toda seriedad y su movimiento se extendía, especialmente entre las clases sociales inferiores” (“La evangelización en la iglesia primitiva”).

¡Ese sí es un virus que vale la pena propagar! +

Obispo Keith Cowart

Obispo Keith Cowart

El Obispo Keith Cowart, D. Min., supervisa los ministerios metodistas libres a lo largo de la costa este, en el centro-sur de los Estados Unidos, y también en Europa y Oriente Medio. Fue elegido obispo de la Iglesia metodista libre de Estados Unidos en la Conferencia General de 2019. Anteriormente, se desempeñó como superintendente de la Conferencia de la Región Sureste después de 21 años como pastor principal fundador de la Iglesia Comunidad de Cristo en Columbus, Georgia.