Obispa Linda J. Adams

Obispa Linda J. Adams

La Obispa Linda J. Adams, D. Min., fue elegida a la Junta de Obispos en la Conferencia General de 2019 después de ser directora de ICCM durante 11 años. Anteriormente sirvió como pastora en Nueva York, Illinois y Michigan. Como obispa, supervisa los ministerios Metodistas Libres en las porciones Norte y Centro Norte de los Estados Unidos, y también en Latinoamérica.

por Obispa Linda J. Adams

Nuestra declaración de misión Metodista Libre simplemente dice que nuestra razón de ser incluye tres cosas: Amar a Dios, amar al prójimo y hacer discípulos. La primera y más importante razón de las tres—el fundamento de todas ellas—es amar a Dios. 

Este llamado primario para un cristiano se puede malentender por la exageración de alguno de los aspectos de este, por ejemplo, algunos consideran el llamado a amar a Dios como una simple demanda, de ser obligados a obedecer cualquier determinación que podamos recibir. Es un mandamiento: “´Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas´. El Segundo es: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento más importante que estos (Marcos 12:30-31). 

Para aquellos que comparan el amor con el deber, alineando todos los poderes de nuestra voluntad con una reverente consideración de Dios y obediencia a Su ley es lo que Dios requiere como nuestra meta principal. El amor es igual a las acciones correctas, sin contar la relación o la emoción. Nuestra respuesta apropiada a Dos es saber qué es lo correcto, y hacerlo. 

La tendencia opuesta es escuchar la palabra “amor” de manera sentimental. Si el amor a Dios es un sentimiento, luego debemos tratar constantemente de conjugar las emociones correctas. Las personalidades orientadas lógicamente nunca llegan, o rara vez llegan a esta devoción del corazón; Las descripciones poéticas por otros los dejan desconcertados. Si amar a Dios tiene que ver todo con los sentimientos de adoración, podemos buscar esta experiencia por medio de música repetitiva de alabanza, u otros intentos de recrear la memoria de una conexión trascendente que alguna vez sentimos. Llevar nuestro “corazón, alma, mente y fuerza” a Dios significa incluir todo, todo el tiempo, con todas nuestras fuerzas, de modo que siempre podamos sentirnos dedicados a Dios. Las acciones correctas y las decisiones de obediencia toman uno de los últimos asientos de nuestro estado emocional en definir cómo es que Dios quiere ser amado. 

Si no estamos familiarizados con otras religiones, podemos no darnos cuenta cuán radical es que el cristiano se relacione con Dios en términos de amor en primer lugar. Las deidades normalmente demandan el apaciguamiento y la sumisión, pero no amor. 

Lo más radical de todo es la afirmación cristiana de que la invitación de amar a Dios surge del ser mismo de Dios como una sagrada comunidad de tres personas cuya energía creativa es el amor. Dios no es un solitario, sino que ha existido desde la eternidad pasada en una Trinidad amante mutuamente. Jesús aludió a ella cuando oró: “Padre, quiero que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy. Que vean mi Gloria, la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación del mundo” (Juan 17:24). 

Génesis 1 revela el Espíritu de Dios, incubando la creación, produciendo vida, belleza y bondad, teniendo su clímax en la creación de los seres humanos a la imagen de Dios. El amor por el Dios triunfo se desparrama sobre los seres creados. Hechos a la imagen de un Dios que existe en el amor eterno, fuimos hechos por el amor, y para el amor. Por tanto, nuestro amor por Dios se fundamente en el amor anterior, abundante por nosotros.  El Antiguo Testamento continúa revelándonos la naturaleza esencial de Dios, que es el amor, expandiendo el significado del término. En Éxodo leemos: “El Señor descendió en la nube y se puso junto a Moisés. Luego le dio a conocer su nombre: pasando delante de él proclamó—El Señor, el Señor, Dios clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado´” (34:5-7) 

Fidelidad Mutua

Este Dios invita al pueblo de Israel a una relación de pacto en la que Dios ofrece amor y lealtad, y pide una devoción exclusiva correspondiente de parte del pueblo. Este es el patrón: Dios ama y se compromete primero, y ofrece una relación basada en la fidelidad mutua. Muchos pasajes a través de la Biblia revelan este orden de cosas, pero quizá la más sucinta es la declaración del Apóstol Juan: “Nosotros amamos porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). 

Si nuestra capacidad de amar a Dios es recíproca, ofreciendo de vuelta a Dios lo que primero Él nos ha dado a nosotros, ¿cómo podemos describir ese primer amor? Por miles de años, místicos y teólogos, predicadores y “amadores de todos los días” han tratado de capturar en palabras lo indescriptible. Ellos han utilizado potentes imágenes, como Dios derramando energía sobre el alma—produciendo gran vitalidad y amor—y términos potentes como “hambre de amor” y “amor tormentoso” (las palabras del místico flamenco del siglo 14. John Ruysbroeck) que obtiene tormentas de amor como respuesta. Como la teóloga británica del siglo 20, Evelyn Underhill, ellos describen el amor que agrupa “agonía, pasión, belleza, esterilidad y piedad”, y resulta en un amor desinteresado de caridad en el recipiente. (fmchr.ch/eunswehill). Siguiendo las imágenes bíblicas, el amor de Dios ha sido visualizado como el de un pastor que se preocupa, un buen padre, una osa madre protectora, un amigo fiel, e incluso un novio y amante divino. Cada metáfora revela un aspecto de este Dios que es Amor. 

El ejemplo supremo de amor es Jesús, quien libremente dio Su vida en sacrificio por amor a nosotros. En Filipenses, leemos que Jesús se humilló a Sí mismo, y “se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (2:8). Y en Romanos: “Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (5:8). 

Transformando + Empoderando 

Las personas ordinarias transformadas por este amor divino pueden responder con actos heroicos de negación a sí mismas. La historia bíblica y la historia de la iglesia a través del tiempo se han llenado de ejemplos del poder transformador del amor de Dios en el corazón humano. El amor a Dios emana en el humilde servicio a los pobres y desposeídos, obras de justicia y misericordia cercanas y lejanas, perdón de los que han causado daño, llevando la misión de Dios hasta lo último de la tierra, una resuelta proclamación del evangelio de gracia, aun bajo persecución, la batalla en contra de las fuerzas del mal en sus muchos disfraces, e incontables ejemplos de servicio compasivo y sacrificial a nuestra familia, iglesia, comunidad, y el mundo.

No se puede alcanzar una inclusión completa de este amor divino con la sabiduría o la razón humana, aun en toda una vida de esfuerzos. El Apóstol Pablo ora para que los cristianos efesios y todo el pueblo santo de Dios—por extensión se nos incluye a nosotros—será empoderado de manera sobrenatural para captar este incomprensible amor: “Y pido que, arraigados y cimentados en amor, puedan comprender, junto con todos los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo; en fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios” Efesios 3:17b-19). 

Su secuencia es esta: Primero, nos cimentamos (arraigamos, establecemos) en la experiencia del amor. ¡Dejemos por un momento que eso penetre! El avance para captar la enormidad del amor de Dios inicia experimentando primero el nivel del suelo y más abajo, hasta nuestras raíces. Este punto esencial de arranque nos prepara para recibir el poder, en comunicar, para comprender a niveles cada vez mayores las dimensiones del amor de Cristo por nosotros, y por implicación, de unos por otros. Este crecimiento nos lleva a la aparente imposibilidad de saber algo que sobrepasa el entendimiento, este último amor. ¿Por qué? No solo para aprender un hecho, sino para juntos podamos ser llenos con el derramamiento de la plenitud de Dios.

Conocer nos Lleva a Amar           

Espero que ustedes hayan tenido el privilegio de conocer a alguien tan atractiva y agradable, de tal manera que las personas comenten: “Conocerla es amarla” ¿Te viene a la mente un nombre y un rostro? Mucho más profundamente que en el caso de una persona agradable, esto es verdad en el Dios Viviente. Conocer a Dios es amar a Dios. Esta debe ser nuestra búsqueda. Todos nuestros actos de adoración y disciplinas espirituales tienen como meta este conocimiento de Dios, más pleno y más profundo, de modo que al conocer más a Dios, amaremos más a Dios. 

Como Jesús enseñó, los mandamientos de amar a Dios y amar al prójimo como a nosotros mismos no se pueden separar. El amor a Dios nos lleva a amar al prójimo–¡Aún a nosotros mismos! Conocer a Dios es conocer el amor y volvernos amorosos. El Apóstol Juan lo presenta de esta manera: “Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1 Juan 4:7-8).

Amar a Dios con nuestro corazón, alma, mente y fuerzas es un desafío lo bastante grande para toda una vida. Mientras más vivimos y nos esforzamos por amar a Dios, más anhelamos poner nuestro ser—cuerpo, emociones, intelecto y voluntad—a la disposición, disponible para los propósitos de Dios, como nuestro acto de amor responsable. Nuestro ser fragmentado y distraído se une para una sola cosa; en este centro encontramos paz. 

¿Qué nos impide recibir el amor de Dios? A menudo es el temor. Si podemos captar un atisbo de la bondad y el amor en el corazón de Dios, podemos perder nuestro temor, y rendirnos a este poder que nos busca. En su “Confesiones”, San Agustín escribió su lamento por el desperdicio de los primeros años de su vida antes de su conversión: “¡Oh, Belleza tan Antigua y nueva! ¡Demasiado tarde te he amado!” 

Como el Hijo Pródigo en la parábola de Jesús (Lucas 15:11-32), Agustín había huido del amor del Padre y malgastado años de su vida. Sin embargo, volvió en sí y encontró el coraje y la humildad de regresar al Padre, descubrió la misericordia, la bienvenida, el honor y la pertenencia. Todo lo que había buscado en tierras lejanas lo había estado esperando que regresara al hogar en la casa del Padre. Aún en su humillación, el Hijo Pródigo ofreció ser uno de los siervos en la casa de su Padre, ¡el Padre no aceptaría nada de eso! En su lugar él lo restauró a su calidad de hijo, con todos los derechos y privilegios. 

De la misma manera, Dios nos da a nosotros el Espíritu Santo para poder escapar de la prisión del temor y saber que somos los amados hijos de Dios. “Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar ´¡Abba!´ ´¡Padre!´. El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios” (Romanos 8:15-16). 

Juan Wesley, el fundador del Metodismo, fue campeón de este “testimonio interior del Espíritu” (fmchr.ch/jwesley). Por una poderosa experiencia personal del Espíritu Morando en nosotros, se dio cuenta que Dios obra para hacer al creyente “perfecto en amor”. Wesley dio testimonio de su propia transformación y enseñó sobre este tema del Nuevo Testamento. (1 Juan 4:18) “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor: porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Juan 4:18, RVR1960). ¡Qué doctrina tan llena de esperanza! Aquel que nos ama perfectamente desea vencer nuestro temor con amor, completándonos y liberándonos para Su santo uso. Nunca avanzaremos hacia la perfección en nuestro desempeño, ni venceremos la posibilidad de fracasar, pero nuestro motivo puede convertirse en puro amor. 

“¿Me Amas?” 

En el mismo tiempo del fin de Jesús en la tierra, de pie en la playa como la primera vez que se habían visto, Jesús hizo una pregunta difícil a su amigo Pedro. “¿Me amas?” Y Pedro respondió: “Sí, Señor, tu sabes que te amo”. Jesús repitió la pregunta y Pedro repitió su respuesta. La tercera vez que Jesús preguntó, a Pedro le dolió. Él replicó: “Señor, tu sabes todas las cosas. Tú sabes que te amo”. La respuesta de Jesús las tres veces era un llamado al ministerio como enviado por Jesús. “Alimenta mis corderos”. “Apacienta mis ovejas”. “Alimenta mis ovejas”. 

 Esta es una escena asombrosa y conmovedora (Juan 21:15-19) ¡Imagínate! El Dios encarnado “soltando la pregunta” a un simple humano de la manera más vulnerable. Como Tevye en “Un Violinista en el Tejado” preguntándole a su esposa: Golde, “¿Me amas?” Jesús quiere escuchar de Pedro las palabras más personales: “Te amo”. 

En la letra del “Violinista”, de Sheldon Harnick, Golde repasa sus 25 años de vida marital compartida con toda su obra y sus dificultades, luego termina con: “Por 25 años he vivido con él, he peleado con él, he sufrido hambres con él, por 25 años mi cama ha sido la suya. Si eso no es amor, ¿entonces qué es? De manera triunfante, Tevye proclama: “¡Entonces me amas! Ella reconocer: “Creo que lo hago” “Y supongo que yo también te amo” (fmchr.ch/fiddler). 

Tanto Pedro como Jesús pudieron haber registrado las acciones de Pedro mostrando su amor—él había dejado todo para seguir a Jesús. Por tres años él había sido un aprendiz de este Rabino, observando y aprendiendo y siendo asesorado en las más profundas verdades de la vida. Pero más allá de la esfera de la enseñanza y el aprendizaje, siguiendo y tomando el rol de discípulo, preparándose para un más grande liderazgo en este movimiento en el futuro. Jesús quería escuchar en las propias palabras de Pedro lo que éste tenia en su corazón: “¿Me amas?” 

Yo espero que nunca te hastíes de la asombrosa realidad de que el Dios del universo requiere tu amor. Sea que tu personalidad responda en una extática canción de fidelidad alimentadora de ovejas, mi oración es que nunca te canses de ofrecerte al Amanta de tu Alma, en una devoción del corazón. Es tu razón de ser. + 

Obispa Linda J. Adams

Obispa Linda J. Adams

La Obispa Linda J. Adams, D. Min., fue elegida a la Junta de Obispos en la Conferencia General de 2019 después de ser directora de ICCM durante 11 años. Anteriormente sirvió como pastora en Nueva York, Illinois y Michigan. Como obispa, supervisa los ministerios Metodistas Libres en las porciones Norte y Centro Norte de los Estados Unidos, y también en Latinoamérica.