Por B.T. Roberts
No es necesario que se nos enseñe cómo perder la salud. Los libros sobre higiene no intentan hacer eso. Un simple descuido de las leyes de la salud traerá desorden, enfermedad y finalmente la muerte.
Para llegar a ser un dispéptico crónico, no es necesario cometer algún acto notorio y deliberado de desobediencia a las leyes de nuestro ser físico. Muchas personas han perdido su salud sin poder explicar cómo la perdieron.
De la misma manera, la Biblia no nos enseña cómo perder la santidad. Nos da instrucciones muy claras sobre cómo conservarla. Aquí hay algunas:
“Que el Señor los haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos, como también nosotros lo hacemos para con ustedes. Que los fortalezca interiormente, para que sean irreprochables y santos delante de nuestro Dios y Padre cuando venga nuestro Señor Jesús con todos sus santos” (1 Tesalonicenses 3:12-13).
“Por eso, hermanos, procuren cada vez más afirmar su llamado y elección. Porque, si hacen estas cosas, no caerán jamás, y así se les abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 1:10-11).
“A quienes, por la fe, el poder de Dios protege hasta que llegue la salvación que se ha de revelar en los últimos tiempos” (1 Pedro 1:5).
Noten que, en cada uno de estos pasajes, hay algo que debemos hacer si queremos conservar la santidad y llegar al cielo. En el primero se nos dice que debemos hacer que nuestro “amor crezca y abunde unos para con otros y para con todos”.
Lo que recibimos cuando fuimos convertidos, o cuando fuimos santificados completamente, no es suficiente. No basta con que crezcamos en conocimiento; debe haber un aumento notable en el amor. Debemos abundar en él — no solo hacia quienes nos aman, sino hacia todas las personas.
_
«Se nos enseña que es el poder de Dios el que nos guarda».
_
Creciendo en Gracia
En el segundo pasaje se nos instruye a hacer ciertas cosas. Las cosas que deben hacerse para que “no tropecemos jamás” son virtudes cristianas que deben añadirse a los comienzos de las gracias recibidas cuando fuimos convertidos y santificados completamente.
Algunos lagos y mares interiores no tienen salidas; pero ninguno carece de entradas. La evaporación imperceptible pronto secaría al más grande de ellos si sus aguas no recibieran una constante adición. El árbol más robusto moriría pronto si no pudiera obtener alimento de la tierra o del aire.
Así también, no importa cuánta gracia haya recibido una persona cuando fue convertida y santificada por completo; si no crece en la gracia, se volverá seca e infructífera, espiritualmente muerta e insensible a su propia condición. Su conducta exterior puede ser irreprochable, pero su poder se habrá ido.
Para mantener una casa en buen estado, deben hacerse reparaciones cuando sea necesario. Para conservar la riqueza, hay que seguir adquiriendo riqueza. Para mantener el aprendizaje, hay que seguir añadiendo conocimiento; y para conservar la santidad, uno debe “perfeccionar la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7:1).
En el tercer pasaje citado, se nos enseña que es el poder de Dios el que nos guarda. Esto se declara con frecuencia en las Escrituras:
“Aquel que es poderoso para guardarlos sin caída y presentarlos sin mancha y con gran alegría delante de su gloriosa presencia” (Judas 24).
_
«La persona que es guardada por el poder de Dios es guardada en seguridad».
_
Guardados por el poder de Dios
El poder de Dios es suficiente para llevarnos a salvo a través de cualquier emergencia que pueda surgir. Por numerosos y fuertes que sean nuestros enemigos, Dios puede vencerlos fácilmente. Cualesquiera que sean las dificultades que se presenten en nuestro camino, Él puede removerlas.
Si un mar se interpone ante nosotros, Él puede abrir un paso a través de él. Si una montaña detiene nuestro progreso, Él puede darnos alas como de águila y permitirnos elevarnos por encima de ella. En el horno, Él puede guardarnos. En el desierto, Él puede alimentarnos. Nada es demasiado grande ni demasiado difícil para el poder todopoderoso de Dios.
La persona que es guardada por el poder de Dios es guardada en seguridad. Dios está dispuesto —más aún, deseoso— de guardarnos a todos. Dios está tan listo para guardar a uno como para otro.
Entonces, ¿por qué no todos son guardados? La razón se encuentra en nosotros, no en Dios. Somos guardados por medio de la fe. Esta fe es una confianza voluntaria de nuestra parte. Uno es guardado porque, por su propia voluntad, ejerce fe en Dios. Otra duda, y así corta su unión personal con Dios; como consecuencia, cae en oscuridad y finalmente en pecado.
Hay muchos pasajes en las Escrituras que enseñan que somos guardados por el amor y el poder infinitos de Dios. Pero, al igual que los que hemos considerado, estos pasajes implican o expresan condiciones que debemos cumplir.
Estas condiciones son importantes. Si las cumplimos, conservamos la gracia que Dios nos ha dado. Si no las cumplimos, perdemos la bendición de la santidad. Muchos la pierden de esta manera sin saberlo.
Así le ocurrió al ministro de la iglesia de Éfeso. Era tan activo, tan paciente, tan ortodoxo y celoso por la pureza de la iglesia, que no tenía la menor idea de que había sufrido una pérdida seria. Su celo contra los malhechores y los falsos maestros había reemplazado el tierno amor que tenía en otros tiempos. Se consideraba radical, firme e inquebrantable en la fe. Pero Cristo lo declaró caído.
_
«¿Estás cumpliendo las condiciones de las cuales depende mantener la bendición de la santidad?»
_
Claro y fresco
Lector, ¿has tenido una experiencia clara de haber sido santificado completamente? Si no, búscala de inmediato. No puedes darte el lujo de vivir otro día sin ella.
Si has recibido esta bendición, ¿la mantienes clara y fresca? Puedes mantener la profesión —muchos lo hacen, mucho tiempo después de haber perdido la bendición—. Puede que no haya nada particularmente incorrecto en su conducta o conversación, pero no producen los frutos de la santidad. No tienen su gozo ni su poder. Les falta su mansedumbre, su humildad, su sencillez. Su profesión se basa en el razonamiento o la costumbre, y no en el testimonio directo del Espíritu.
Amado, ¿cómo estás en este momento? ¿Estás cumpliendo las condiciones de las cuales depende mantener la bendición de la santidad?
Si no estás creciendo y abundando en ese amor tierno y desinteresado que te hace cuidar la reputación de los demás y considerar sus intereses y su felicidad; si eres descuidado en tus palabras, y rápido para lanzar insinuaciones dañinas contra quienes no comparten tus opiniones; o si, por otro lado, eres ligero y frívolo, conformándote gradualmente al mundo en tu conversación, en tu vestimenta y en tus negocios, entonces tienes toda razón para creer que has perdido la bendición de la santidad.
Sé honesto contigo mismo. Recibe la luz, humíllate ante Dios y procura estar bien con Él, sin importar cuánta humillación esto implique.
+

B.T. Roberts fue uno de los principales fundadores de la Iglesia Metodista Libre y el editor fundador de The Earnest Christian. Posteriormente sirvió como editor de la publicación The Free Methodist, que hoy se conoce como Light + Life. Este artículo está adaptado del Capítulo 20 del libro Holiness Teachings: The Life and Work of B.T. Roberts [Enseñanzas sobre la Santidad: La Vida y Obra de B.T. Roberts]. Se han hecho leves ajustes para una lectura contemporánea y conforme al estilo actual de Light + Life. Visita fmchr.ch/holyhealth para leer el texto completo de Roberts a través de la Biblioteca Etérea de Clásicos Cristianos.
Escritura Cristiana y Materiales de Discipulado
+150 años compartiendo nuestro mensaje único y distintivo.
ARTICULOS RELACIONADOS