Susan Agel
Susan Agel es la presidenta de la Junta de Administración de la Iglesia Metodista Libre – USA, y la presidenta y oficial ejecutiva principal de Positive Tomorrows. Sus reconocimientos incluyen haber sido nombrada Mujer del Año 2016, y recibir el Premio de Liderazgo Comunitario 2011, del Director del FBI.
por Susan Agel
Hace muchos años, siendo una estudiante de escuela preparatoria, con frecuencia me pedían que explicara lo que era un Metodista Libre. Yo crecí en una de esas familias que iban a la iglesia cada vez que sus puertas estaban abiertas. Mi papá era el líder de alabanza, y mi mamá servía como directora de educación, maestra de Escuela Dominical, trabajador de guardería, y todo lo demás. Así que era muy natural que mis amigas y compañeras tuvieran curiosidad sobre la parte más importante de mi vida.
A esa pregunta yo respondía diciendo más bien qué no hacíamos. Los Metodistas Libres no fuman ni beben. No vamos a bailes. Ni al cine, ni jugábamos a las cartas. Puedes imaginar lo seductora que era mi iglesia para mis amigos.
En estos días, muchos de nosotros seguimos sin practicar esas cosas. O al menos algunas de ellas. Pero desde entonces, mi concepto sobre la iglesia conocida como Metodista Libre se ha profundizado considerablemente, y estoy más enamorada de ella como nunca antes.
En este tiempo de división, suspicacia y desorden, estoy muy agradecida de que los obispos hayan aceptado el desafío de expresar “El Estilo Metodista Libre”. Yo no creo que ninguno de los valores que ellos tratan sean nuevos. Más bien, han estado en vigor todo el tiempo, como el ruido de las redes sociales, la televisión, la política, y otros sectores del mundo amenazan nuestra claridad de pensamiento, es prudente que nosotros nos enfoquemos en quiénes somos.
Crecí en una pequeña granja familiar en la región central de Kansas. Era una especie de vida como la de Norman Rockwell, viviendo en las afueras de un pequeño pueblo donde mis padres socializaban con mis maestros, el elevador de granos era el centro de los negocios locales, y jugábamos al softbol los sábados en la noche atrás de la escuela primaria. Había algunos chicos pobres en el pueblo y una familia hispana, pero nosotros nos dábamos el lujo de no darnos cuenta en absoluto de la dificultades que ellos experimentaban todos los días.
Actualmente, soy CEO (gerente general) de una escuela privada y un servicio social no lucrativo que sirve a niños y familias que viven en condiciones precarias. Nuestra escuela sirve a niños desde su nacimiento hasta el sexto grado, una mezcla de blancos, negros, latinos y una mezcla de etnias. Todos los días estamos viendo niños traumatizados, y regularmente reportamos posible abuso, o negligencia a las autoridades locales. Proporcionamos comida a las personas hambrientas y ayudamos a las familias a mudarse de las tiendas de campaña y los refugios a viviendas adecuadas.
Nuestras familias están luchando con enfermedades mentales, adicción a las drogas, desempleo y desalojos. Tenemos la meta de estabilizar a las familias y ayudamos a los niños a acostumbrarse a la escuela. Luego, cuando la familia se estabiliza en vivienda y el pago de sus servicios (luz, agua, etc.), devolvemos los niños a la escuela pública y ayudamos a la familia a manejarse sola.
Entonces, ¿cómo fue que llegue de mi típica infancia de clase media a la ciudad de Oklahoma? Básicamente fue gracias a “El Estilo Metodista Libre”. Hay muchísimas experiencias en el camino de toda mi vida que me llevaron a donde ahora me encuentro.
Siendo una niña, fui la ganadora de un viaje a un campamento de CYC porque había ganado todas las insignias y requisitos de los tres niveles del programa, dando como resultado recibir el Premio B. T. Roberts. Pero mis padres habían usado el dinero que tenían aparte para mi campamento, y pagaron con él a otra niña que no tenía dinero para ir. Cuando más tarde me di cuenta lo que había sucedido, despertó algunos pensamientos en mi joven mente sobre el sacrificio en beneficio de otros.
Más tarde, después de casarme y salir de casa, visitamos a mis padres un fin de semana. Me encontré con la asombrosa sorpresa de mi padre vistiendo jeans azules y un sombrero de vaquero en la iglesia, evitando el traje oscuro con el que siempre lo había visto los domingos por la mañana. ¿Su razón? Estaba invitando a amigos a la iglesia y no quería que se sintieran incómodos por lo que llevaban puesto. Aprendí a pensar qué «reglas» eran importantes y cuáles no.
Después, mi familia y yo nos mudamos a la Ciudad de Oklahoma, donde comencé a trabajar en el Hospital Deaconess (antiguamente un hospital Metodista Libre), y comencé a solicitar dinero para su clínica gratuita y para los Servicios Diaconisa de Embarazos y Adopciones. Comencé a conocer las barreras para el cuidado de la salud que enfrentaban las personas sin recursos, y sobre las decisiones difíciles de las madres solteras jóvenes.
Años después, nuestros pastores en la Iglesia Metodista Libre Resurrección hicieron contacto con los niños que vivían en la Sección 8 del complejo de apartamentos que estaba al lado. Construimos una cancha de volibol en el patio y jugábamos con los niños los miércoles en la noche, les repartíamos perros calientes a los niños hambrientos y a sus padres. Cuando llegó el clima frío, cambiamos el programa por un coro de niños que cantaba en los servicios y llevó la energía de nuestra iglesia a un nuevo nivel. Comencé a comprender a los niños con piel de diferente color, quienes nunca habían estado en la iglesia antes, y que nunca se habían sentado a ninguna mesa familiar, y que hablaban de experiencias que yo nunca había pensado que tuvieran los niños. Nuestro pastor dijo entonces que, si los niños no llegaran a tener nada más, al menos supieron que habían sido amados.
Y luego, una joven madre comenzó a asistir a la iglesia con su hija. Su esposo las llevaba a la iglesia, y las recogía al terminar el servicio. Su asistencia y modo de conducirse eran erráticas, y eventualmente le confesó al pastor que ella era una alcohólica. Nadine se hizo cristiana, pero parecía que no podía abandonar su adicción. Derramaba lágrimas en el altar, y orábamos con ella. Una mañana llegó bajo la influencia del alcohol, se tambaleaba y arrastraba las palabras. Eventualmente su problema la venció, y murió de problemas con el hígado. Su funeral se llevó a cabo en nuestra iglesia, y estábamos seguros de que ahora estaba ya sana en los brazos de Jesús. Aprendí a amar una alcohólica, y supe que la perfección era una meta y no un requisito.
En 2006, se publicó el libro de Howard Snyder sobre B. T. y Ellen Roberts, “Santos Populistas”. Compré una copia y leí el libro. Todavía derramo lágrimas por un par de párrafos en el libro, que describen a abril de 1860, cuando la familia Roberts vivía en Buffalo y el Obispo Roberts buscaba un lugar para abrir una iglesia. Encontró un teatro que estaba en venta, pero la pareja carecía de los recursos para comprarlo.
El libro cita las siguientes palabras de Ellen: “Mi esposo sintió que debemos conseguir un lugar de adoración en el corazón de la ciudad, donde se puede predicar el evangelio a los pobres. Él no pudo pensar en otra manera de hacerlo, que vendiendo nuestra casa para conseguirlo. Era todo lo que teníamos. Yo lo pensé mucho. Teníamos tres hijos. Yo pensaba en la manera en que los discípulos fueron guiados, en ese maravilloso derramamiento del Espíritu, cuando ‘vendían sus bienes y posesiones y las repartían a todos y a cada uno de los hombres que lo necesitaban’”.
Vendieron su casa. Los dos hijos mayores fueron recibidos por amigos, mientras, el hijo más pequeño los acompañaba de lugar en lugar en el ministerio itinerante. Se las arreglaron para comprar una nueva casa el año siguiente, y yo aprendí lo que es el sacrificio.
Así, paso a paso, por la influencia del Espíritu Santo, de mis piadosos padres y la Iglesia Metodista Libre, aprendí a amar a “los demás”. Aprendí que buscar la santidad no es en absoluto lo mismo que obedecer reglas de conducta. Aprendí que Dios espera que nosotros hagamos discípulos y en ocasiones eso significa ir a lugares en los que no nos sentimos cómodos. He aprendido que no sé tanto, como creo que sé – y que las personas de otras culturas y de otras experiencias en la vida tienen mucho que enseñarme. He aprendido que la justicia es muy escasa en este mundo, y que todos somos llamados a trabajar con ese objetivo. Y sé que la Biblia sigue teniendo mucho que enseñarme.
Pero si un amigo me pregunta qué es un Metodista Libre, yo puedo describirle nuestra iglesia claramente. Los Metodistas Libres creemos no ir a la par de lo que son las creencias y deseos del mundo, sino en ser liberado por el Espíritu Santo para ser más y más como Cristo. Los Metodistas Libres consideran que todos los seres humanos son hechos a la imagen de Dios y trabajan en contra de la injusticia y la marginación siempre, y donde la vemos. Los Metodistas Libres no sólo ocupan un asiento en la escuela dominical de la iglesia, sino que van a la comunidad, buscando a los que no conocen a Dios a fin de hacer discípulos. Los Metodistas Libres pertenecen a una iglesia global donde todas las culturas y etnias tienen un rol igual en su obra. Y los Metodistas Libres creen en la Biblia, con sus verdades por encima de las modas religiosas de los tiempos, mientras que comunican esas verdades con sensibilidad a la cultura, y siempre con amor.+
Susan Agel
Susan Agel es la presidenta de la Junta de Administración de la Iglesia Metodista Libre – USA, y la presidenta y oficial ejecutiva principal de Positive Tomorrows. Sus reconocimientos incluyen haber sido nombrada Mujer del Año 2016, y recibir el Premio de Liderazgo Comunitario 2011, del Director del FBI.