Por la obispa Kaye Kolde
He tenido la bendición de contar en mi vida con personas que me han afirmado, animado y apoyado. Mi esposo e hijos, mentores, pastores, congregantes y amigos me han dicho: “Creo en ti”, y no lo doy por sentado. Tampoco pienso que me estaban mirando a los ojos para declarar una realidad física, como si simplemente afirmaran con certeza que existo. Esta clase de declaración hacia mí fue una afirmación de potencial y bondad que confiaban que podría y se realizaría en mí. Ese es un tipo especial de confianza.
Este año se cumplen 1,700 años del Credo Niceno, una de las declaraciones históricas de nuestra fe que resume nuestra comprensión del Dios trino en respuesta a la herejía arriana. Afirma lo que creemos acerca del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Sin embargo, al mirar de nuevo el credo con los ojos de una líder con responsabilidad sobre la iglesia, me impactó esta declaración: “Creemos en una sola iglesia, santa, católica y apostólica.”
Los cristianos en general no tienen problema en hacer declaraciones de confianza acerca de la Trinidad y afirmar su fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Arriesgamos nuestra vida creyendo en Jesús y en lo que las Escrituras dicen de Él. Pero ¿podemos —podríamos— decir lo mismo de la iglesia? ¿Podemos declarar con confianza que creemos en la iglesia, que confiamos en ella y que su potencial y bondad están siendo realizados?
Me temo que, para muchos, tanto dentro como fuera de la iglesia, su declaración se limitaría al simple reconocimiento de la existencia de la iglesia. Y aunque no puedan negar que la iglesia existe, tal vez culpen a la iglesia de los problemas de la historia. Para otros, sus pensamientos acerca de la iglesia son más benignos, pero no hay confianza en el potencial de la iglesia ni en las buenas intenciones de Dios que lleguen a hacerse realidad en nosotros.
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«…tengo fe en la iglesia porque es la morada del Espíritu de Dios».
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Las encuestas confirman que la confianza en los pastores y en todas las instituciones, incluida la iglesia, está en su punto más bajo. Vivimos en una era en la que la gente, incluso dentro de la iglesia, no coloca en ella ningún tipo de confianza, y ciertamente no arriesga su vida viéndola como un vehículo de transformación positiva de las personas y sus comunidades. Esto se evidencia en las otras cosas en las que creemos y servimos con más pasión que en la iglesia —todas aquellas que se han convertido en ídolos.
Yo realmente creo en la iglesia. Soy muy consciente de las acusaciones contra la iglesia universal y contra nuestra propia familia Metodista Libre, y de que demasiadas de esas acusaciones están basadas en la verdad de nuestras fallas humanas. Esta es una de las razones por las cuales estamos llamando a la iglesia a practicar el arrepentimiento y la purificación, y a buscar el mover del Espíritu de Dios entre nosotros. A pesar de toda esa evidencia, tengo fe en la iglesia porque es la morada del Espíritu de Dios. No adoro a la iglesia, sino que adoro al Señor y Creador de la iglesia. Su intención es que la bondad y el potencial puedan y serán realizados en y a través de nosotros. A menudo escuchamos decir que la iglesia fue su plan A y no hay plan B, pero incontables personas se han apartado de la iglesia (aunque no necesariamente de la fe en Jesús).
Haríamos falta otro ensayo para explorar el problema de pensar que se puede amar a Jesús y no a Su cuerpo ni a la interdependencia, pero en este quiero recordarte algunas de las cosas hermosas que creo acerca de la iglesia. No solo creo en estas cosas intelectualmente, sino con la clase de confianza y vida rendida que nuestra fe histórica requiere.
Hace años, yo luchaba contra mi llamado al ministerio pastoral a causa de las heridas y el rechazo que experimenté en la iglesia. Al mismo tiempo, estaba en una temporada de estudio inductivo profundo y de enseñanza en el libro de Efesios. Al meditar durante varios meses en la carta de Pablo a una iglesia llena de potencial, una visión hermosa de lo que la iglesia debe “ser y llegar a ser” echó raíces en lo profundo de mi alma. Eso formó lo que creo y amo acerca de la iglesia del Señor. Quiero compartir algunas de esas cosas.
Pablo comienza la epístola hablando de las bendiciones espirituales que compartimos como una familia espiritual adoptada en amor. Según el plan de Dios, tenemos redención por su sangre y perdón de pecados conforme a las riquezas de la gracia de Dios. En un mundo asediado por el pecado que produce división y odio, el pueblo redimido tiene un futuro diferente:
“Él nos dio a conocer el misterio de su voluntad conforme al buen propósito que de antemano estableció en Cristo, para llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo: reunir todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra, bajo Cristo” (Efesios 1:9–10).
¿Qué creo y amo acerca de la iglesia?
Es una encarnación viva de Dios que trae la verdadera unidad, una realidad que de otro modo sería imposible, a través de Cristo. Es UNA iglesia católica santa, y apostólica.
Enfrentamos incontables divisiones doctrinales y facciones sociopolíticas, pero Efesios nos ofrece esta verdad trascendente. Él está trayendo unidad a todas las cosas, comenzando con Su iglesia. Mientras oramos y trabajamos por la unidad en la Iglesia Metodista Libre, puedo entregarme por completo a ello porque esto es lo que Dios dice que está haciendo.
Pablo ofrece su primera hermosa oración por la iglesia al final del capítulo 1: “Pido que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre glorioso, les dé el Espíritu de sabiduría y de revelación, para que lo conozcan mejor” (Efesios 1:17).
Esta oración por revelación y poder concluye con Pablo ayudándonos a conocer a Jesús, el Señor de la iglesia, como aquel que está “muy por encima de todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y de todo nombre que se invoca, no sólo en el presente sino también en el venidero. Dios sometió todas las cosas a su dominio, y lo dio como cabeza de todo a la iglesia. Ésta, que es su cuerpo, es la plenitud de aquel que lo llena todo por completo” (Efesios 1:21–23).
Él tiene toda autoridad y poder para derrotar al enemigo, que busca destruir la iglesia y el testimonio de Su gloria. ¿Ves la hermosa intención de Dios para la iglesia y crees que sólo juntos en la iglesia experimentaremos toda la plenitud de Dios?
Como Pablo afirma en el capítulo 2, vemos que por gracia se nos ofrece la reconciliación con Dios, y también se nos ofrece la reconciliación unos con otros —seamos judíos o gentiles, cercanos o lejanos de Él. Esto es para que enemigos de Dios puedan convertirse en hijos de Dios. Cuando vivimos esta vida en Cristo, trae unidad entre Dios y los seres humanos, y también entre grupos de personas en la iglesia.
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«Una de las cosas que creo y amo de la iglesia es que estamos llamados a ser colectivamente guiados por el Espíritu y fortalecidos por la gracia de Dios para el bien de otros«.
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Una familia multiétnica
La iglesia fue una nueva familia multiétnica nacida sobrenaturalmente del Espíritu, el dador de vida. Esta fue la promesa cumplida en Pentecostés, y aún hoy somos sobrenaturalmente capacitados para serlo. No es un invento humano. Fue concebida en el cielo e incluye a cada hijo adoptado por Dios y lleno de Su Espíritu, a través del tiempo y de todo lugar. Esta es la iglesia católica con “c” minúscula.
Según Dallas Willard: “el propósito de Dios en la historia es la creación de una comunidad inclusiva de personas amorosas, con Él mismo incluido en esa comunidad como su principal sustentador y habitante más glorioso.”
Otra de las cosas que creo y amo de la iglesia es que esta nueva familia multiétnica e inclusiva no sólo era imposible de lograr para el hombre por sí solo, sino que es un imperativo para Jesús y Su cuerpo. Esta es la verdad que se nos ha transmitido.
Santidad e integridad
Es tentador, especialmente para quienes valoramos altamente la santidad, defender la iglesia mediante el legalismo y las obras. Sin embargo, en el capítulo 3, Pablo escribe acerca del ministerio que le fue dado. Repite tres veces que esto fue un don de la gracia de Dios para participar en la obra reconciliadora de Dios y para administrar Su gracia en favor de otros. La gracia no solo nos salva; nos sostiene y nos madura colectivamente para ser una encarnación del amor sacrificial y abnegado. Una de las cosas que creo y amo de la iglesia es que estamos llamados a ser colectivamente guiados por el Espíritu y fortalecidos por la gracia de Dios para el bien de otros.
A menudo necesito recordarme que el fuerte énfasis en el individualismo, con el cual crecí y hasta fui discipulado, está en desacuerdo con las Escrituras y con la noción de ser el pueblo de Dios: la iglesia. Existe una versión “y’all” del Nuevo Testamento que traduce cada “ustedes” plural como “y’all,” y me ayuda a recordar esa verdad.
“Oro para que por la riqueza de su gloria los fortalezca con poder en el ser interior por su Espíritu. Que por la fe Cristo habite en los corazones de y’all. Y oro para que, arraigados y cimentados en amor, y’all puedan comprender, junto con todos los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo. En fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios” (Efesios 3:16–19).
Esta oración se enfoca en el poder y el amor, dos frutos de Cristo viviendo en nosotros, y nuevamente repite la idea de “toda la plenitud de Dios.” Qué a menudo olvidamos que esta es una promesa gloriosa y asombrosa: ser llenos con toda la plenitud de Dios. Pero solo experimentaré tanto como sea parte de y’all. En Colosenses 2, Pablo enseña que en Cristo habita toda la plenitud de Dios, toda la deidad en forma corporal. Pero aquí dice que la iglesia puede ser llena de toda la plenitud de Dios. ¡Esto es sorprendente si lo piensas bien! ¿Lo crees?
Esto debería hacer latir nuestro corazón como una oferta increíble de bondad y potencial que sólo se puede realizar dentro de la iglesia, tal como Pablo explica a la iglesia de Éfeso: “Él mismo constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, y a otros pastores y maestros, a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo. De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo” (Efesios 4:11–13).
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«La iglesia debe ser la evidencia de que Dios está trayendo unidad a todas las cosas en el cielo y en la tierra…«
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La plena estatura de Cristo es la naturaleza divina, y desde nuestra comprensión teológica, esta plenitud es santidad: el amor perfecto y poderoso de Dios. Una de las cosas que creo y amo de la iglesia es que solo llegamos a ser “santos como Él es santo” ¡juntos! Su diseño es que sólo recibamos toda la plenitud colectivamente. Esta es la naturaleza de Su cuerpo, la iglesia: “De él todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todos los ligamentos que lo sostienen, va creciendo y edificándose en amor, según la actividad propia de cada miembro” (Efesios 4:16).
Creencias como estas son más que un asentimiento intelectual, no son teóricas ni distantes ni abstractas. Son una forma de vida según Pablo y el resto de la Palabra de Dios. La iglesia debe ser la evidencia de que Dios está trayendo unidad a todas las cosas en el cielo y en la tierra, al crear una sola familia creciente, inclusiva, multiétnica, donde el Espíritu de Dios nos guía y nos empodera por gracia para recibir toda la plenitud de Dios y llegar a ser santos como Él es santo juntos. ¿Creo en la iglesia de esta manera? Sí, lo creo, aun en los días en que lloro por lo que aún no hemos llegado a ser. Gastaré mi vida para verlo cumplirse, porque eso es lo que glorifica a Dios.
Así que, como Pablo, les ruego que vivan de una manera digna del llamado que han recibido. “Siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (Efesios 4:2–3), mientras “viven en amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante a Dios” (5:2) y “pónganse la armadura de Dios para que puedan hacer frente a las artimañas del diablo” (6:11), que buscan frustrar toda la bondad y el potencial de la iglesia de Cristo. Creo en ti, amada iglesia.
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La Obispa Kaye Kolde fue elegida para la Junta de Obispos de la Iglesia Metodista Libre de EE. UU. en 2023, después de servir desde 2019 como pastora principal de The Arbor Church en Spring Arbor, Michigan. Ha disfrutado entrenar en sistemas de discipulado y anteriormente sirvió como pastora ejecutiva de ministerio y en otros roles pastorales en Sage Hills Church en Wenatchee, Washington. Está casada con el Dr. David Kolde, y son padres de un hijo, Gray, y una hija, Emi.
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