Nuestros tiempos se caracterizan por la crueldad. De un ciclo de noticias al siguiente, la violencia y el odio toman los titulares y subrayan la condición de nuestro mundo. Ni siquiera tenemos tiempo para absorber una atrocidad antes de que llegue otra ola. Ucrania. Búfalo. Uvalde. Tulsa. Tantos preciosos portadores de la imagen de nuestro Creador, cortados a sangre fría. Lamentamos la devaluación de la vida humana por todas partes.

Ahora nos enteramos del abuso sexual desenfrenado en una denominación cristiana, con perpetradores protegidos a sabiendas y sobrevivientes silenciados durante décadas. Nuestros corazones se rompen por aquellos que fueron abusados ​​y por la causa de Cristo, cuyo nombre está manchado. 

Mezclado con estas historias mortíferas de las últimas semanas, hemos aprendido que tal vez nuestro propio valor pro-vida que existe desde hace mucho tiempo sería defendido en el tribunal más alto de nuestra tierra. Roe v. Wade puede revertirse. Nuestros corazones pueden esperar que devolver la jurisdicción a los estados resulte en menos abortos. Oramos por eso y continuamos acompañando a nuestros vecinos vulnerables en casos de embarazos no planificados y todo tipo de dificultades complicadas. Nuestro objetivo es ser comunidades de compasión y cuidado práctico.

Nuestro Libro de Disciplina dice: “Estamos comprometidos con la dignidad y el valor de todos los seres humanos, incluidos los no nacidos, independientemente de su género, raza, etnia, color, condición socioeconómica, discapacidad o cualquier otra distinción”. El párrafo 3222, “La santidad de la vida”, concluye: “El principio rector de que toda vida humana debe ser valorada, respetada y protegida a lo largo de todas sus etapas, debe aplicarse cuidadosa y consistentemente…”Claramente, nuestra cultura no está comprometida con estos valores, pero debemos estarlo. Estar motivado por el amor de Dios por todas las personas es marchar al ritmo de un tambor diferente. Estos tiempos llaman al arrepentimiento, la oración y la participación en soluciones en todos los niveles en los que podamos participar.

Nos encontramos atraídos de nuevo a la promesa de Dios de 2 Crónicas 7:14, “…si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, y me busca y abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra.”

En esta temporada de Pentecostés, nuestros corazones claman nuevamente por un movimiento del Espíritu de Dios que transformará vidas, iglesias, comunidades, naciones e incluso el mundo. Señor, escucha nuestra oración.+