Eric S.

Eric S. es el director de área de Asia para Misiones Mundiales Metodistas Libres (FMWM). Eric supervisa al equipo misionero de FMWM en Asia y colabora con líderes nacionales para elaborar estrategias de apoyo que ayuden a expandir la iglesia. También trabaja deliberadamente para conectar la iglesia en Asia con la Iglesia metodista libre de Estados Unidos, fomentando la colaboración y las relaciones que serán beneficiosas para ambas iglesias. Eric y Virginia, su esposa, han servido a la Iglesia metodista libre desde 1990. Haz clic aquí para conocer más sobre ellos y apoyar su labor.

por Eric S.

 

“Es una cuestión de cosmovisión, ¿no crees?”, dijo mi colega africano.

Estábamos juntos en el módulo anual en cohorte para nuestra investigación académica. La pregunta de Abdou (nombre ficticio) era su respuesta a una pregunta que yo había hecho. Estábamos trabajando en el asunto de la dependencia poco saludable que se ve en algunos campos misioneros, y yo me pregunté en voz alta si podía ser que algún grupo alguna vez llegara a no tener ninguna necesidad. Luego, me acomodé para escuchar su explicación: “En Occidente, el éxito se mide según la capacidad que tienes de decir: ‘No necesito nada de nadie. Puedo cuidarme solo. Soy independiente. No necesito a nadie y no necesito nada de nadie’”.

Aunque la mayoría de nosotros no dudaría en afirmar que sí necesita de su prójimo, me pregunto si estaríamos dispuestos a confesar el espíritu de independencia que impulsa nuestra cultura individualista en un dramático contraste con el resto del mundo. Las culturas colectivistas valoran la salud del grupo tanto como la salud del individuo. Como diría Spock, “Las necesidades de la mayoría pesan más que las necesidades de unos pocos o de uno solo”.

Spock no está solo. Y nosotros tampoco deberíamos estarlo. Juntos somos mejores. Como afirmó Chuck Swindoll, la primera vez que Dios declaró que algo no era bueno fue en el huerto, justo antes de crear una compañera para Adán (ver Génesis 2:18). Cuando leemos las Escrituras, en repetidas ocasiones se nos recuerda que el ser humano fue creado como un ser relacional, interdependiente y que está mejor en compañía. El pasaje que explica mejor el concepto de interdependencia, en mi opinión, está en 1 Corintios 12. Seguro lo recuerdan. “El ojo no puede decirle a la mano: ‘No te necesito’. Ni puede la cabeza decirles a los pies: ‘No los necesito’”.

Adaptamos la analogía de Pablo para reforzar esta idea:

Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo —ya seamos judíos o gentiles, chinos o nepalíes, mejicanos o egipcios, esclavos o libres—, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Ahora bien, el cuerpo no consta de un solo miembro, sino de muchos. Si un estadounidense dijera: ‘Como no tengo el don de hospitalidad como los filipinos, no soy del cuerpo’, no por eso dejaría de ser parte del cuerpo. Y, si los birmanos dijeran: ‘Como no tenemos tantos cristianos como la iglesia de la India, no somos del cuerpo’, no por eso dejarían de ser parte del cuerpo. Si todo el cuerpo fuera de Asia, ¿qué sería del sentido de júbilo africano? Si todo el cuerpo fuera canadiense, ¿qué sería del sentido de historia y tradición de los europeos? En realidad, Dios colocó cada miembro del cuerpo como mejor le pareció. Si todos ellos fueran un solo miembro, ¿qué sería del cuerpo? Lo cierto es que hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo. Los camboyanos no pueden decirles a los vietnamitas: ‘No los necesitamos’. Ni pueden los jordanos decirles a los japoneses: ‘No los necesitamos’.

Bueno, ya entienden la idea. Nos necesitamos. Juntos somos mejores. Nuestras diferencias no deben dividirnos. Más bien, nuestras diferencias deberían mejorar la efectividad de la misión. Cuando, como cristianos, amamos a nuestro prójimo más allá de las barreras culturales, lingüísticas y geopolíticas, nuestra unidad da muestra al mundo de que el Padre envió al Hijo. Cuando trabajamos juntos con interdependencia, proclamamos el evangelio con poder.

No fuimos creados para ser independientes. Incluso, podríamos decir que fuimos creados para ser dependientes… de Dios y de los demás. Quizás sea mejor decir que fuimos creados para ser interdependientes, ya que la verdadera naturaleza de nuestra identidad solo la descubrimos después de preguntarnos: “¿Quién es Dios?”. Una vez que comprendemos eso, podemos preguntarnos: “¿Quién soy?”. Y, finalmente: “¿Quién es mi prójimo?”. Siempre debemos comenzar con un entendimiento trinitario de Dios, quien existe en una clase de relación interdependiente. C. S. Lewis, en su obra maestra “Mero cristianismo”, hizo referencia a esto como una gran danza cósmica:

“Toda la danza, o drama, o patrón de conducta de esta vida tri-Personal debe ser llevado a cabo en cada uno de nosotros: o (en el sentido inverso), cada uno de nosotros tiene que entrar en ese patrón de conducta y tomar su puesto en esa danza. No hay otro camino hacia la felicidad para la que hemos sido hechos”.

A esta gran danza estamos invitados los seres humanos, tanto para reflejar el gozo, la gloria y la imagen de Dios (los teólogos le llaman imago Dei) como para participar en la naturaleza de Dios como ser que se extiende, invita y envía (la misión de Dios es llamada missio Dei). En el Evangelio de Juan, la oración de Jesús documenta claramente la atemporalidad de esta invitación amorosa y misericordiosa que recibe cada creyente a reflejar la imagen de Dios y participar en la naturaleza de Dios. “No ruego solo por estos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (17:20-21). Aquí vemos interdependencia.

Dentro de esta danza, afirmamos nuestra individualidad y también nuestra mutualidad (o interdependencia) como miembros del cuerpo de Cristo que contribuimos unos con otros y con todo el cuerpo a nivel global. Los seguidores de Jesús deben unirse a esta danza y extender la invitación al mundo. Juntos somos mejores.

Somos interdependientes y estamos unidos en la misión. Juntos somos mejores. Los límites, las fronteras, las culturas, los idiomas, los dones y las preferencias nos dan la oportunidad de disfrutar de la belleza de Dios y Su creación. Pero estas cosas nunca debieron dividirnos o impedir que trabajáramos juntos, ya que juntos somos mucho más efectivos para el reino que separados.

Cuando comprendemos la bella singularidad de los demás, cuando vemos la imagen de Dios en ellos y nos damos cuenta del enorme valor que tienen para el Padre, nuestra actitud hacia ellos cambia. Dejamos de ver a las personas como inferiores por motivos que surgen de la perspectiva humana, y se enciende nuestro deseo de llegar a los perdidos con el evangelio. Nuestro sentido de respeto y honor por Su imagen en nuestros hermanos y hermanas nos llama a un lugar mejor. Cuando yo olvido que Su imagen está en ti, caigo en un lugar de quebranto, un lugar de egocentrismo y autoprotección desde el cual deseo preservar mi territorio, mi ministerio y mi misión. Es imperativo que prioricemos las relaciones de amor y respeto mutuos si buscamos avanzar en la misión del reino de Dios por todo el mundo.

La prioridad de amar a los demás nos recuerda a los creyentes, a las iglesias locales y a las organizaciones eclesiásticas la gran importancia de la Gran comisión. La meta no es el bienestar de la organización. La meta es el amor a Dios y el amor a las personas. La organización es secundaria. Las organizaciones deben actuar como facilitadoras de la obra del Espíritu Santo en la misión. La forma y la existencia de una organización debe estar subordinada a la misión de Dios. Nuestra familia denominacional nos anima a asegurarnos de que las estructuras estén al servicio de la misión; el ministerio nunca deber tener como fin perpetuar la estructura. Las estructuras no son el fin en sí mismo.

De hecho, missio Dei nos recuerda estas verdades fundamentales: la obra del reino, en la cual participo, no es mi misión ni tampoco es nuestra misión. Es la misión de Dios, y nosotros estamos invitados a colaborar.

La posición y el poder no son la meta, aunque aspirar a ellos es nuestra gran tentación. La meta tampoco es la iglesia. Como dijo el misiólogo Charles Van Engen, “La iglesia local no existe para servir a sus miembros, sino que los miembros son la iglesia y existen para participar en la misión de Dios”.

La misión de Dios nace en el corazón de la Trinidad, donde existe la comunión perfecta, el amor perfecto y la gloria de Dios. Desde Génesis hasta Apocalipsis, Él cumple Su misión. Considera cómo cambia todo cuando dejamos de enfocarnos en nuestra misión personal y simplemente nos alineamos con la misión de Dios.

Una de nuestras posibles contribuciones más significativas e importantes a esta gran invitación a ser reconciliados con Dios tiene que ver con la forma en que nos relacionamos entre nosotros, es decir, si nos caracteriza el amor y la gracia, o la impaciencia y la intolerancia. La unidad siempre debió ser el testimonio de la misión. En el pasaje de Juan 17, citado anteriormente, Jesús hace una increíble oración para pedir unidad entre todas las personas que habrían de creer en Él. ¿Qué significa ser uno? Uno con Jesús, uno con el Padre, uno con los demás. Ser uno no significa que siempre debamos estar de acuerdo. La unidad no implica necesariamente uniformidad. Sin embargo, la unidad hace referencia a que tenemos algo en común: todos somos llamados a portar Su imagen y somos invitados a participar en Su misión. El origen étnico, la ubicación geográfica y la situación financiera no reducen nuestra dignidad (gracias a que llevamos Su imagen) ni limitan nuestra capacidad (gracias a que todos somos invitados y tenemos dones) de contribuir a la misión de Dios y a la vida de nuestro prójimo.

Cuando se trata de desarrollar campos misioneros, se suele hablar con preocupación sobre la dependencia. Quiero sugerir nuevamente que fuimos creados deliberadamente con cierta dependencia. A medida que adquirimos años y sabiduría en el ministerio, nos damos cuenta de que la independencia es una ilusión. No solo dependemos del Salvador, sino también de los demás. El problema no es la dependencia en sí misma, sino la dependencia poco saludable. Creo que la solución bíblica no es la independencia (enseñarles a valerse por sí mismos), sino la interdependencia. Deberíamos trabajar juntos. Cuando ponemos a nuestros creyentes, nuestras iglesias y nuestros países en el camino de la independencia, nos arriesgamos a separarnos del resto del cuerpo y así sacrificamos la unidad misional que Jesús ordenó.

Una de las bendiciones de estar comprometidos con la iglesia local es aprender a amar a las personas que no nos agradan. De ellos aprendemos a recibir. Aprendemos a verlos a través de Sus ojos y a ver lo que tienen para ofrecer. Incluso esta postura forma una especie de interdependencia en la comunidad de fe.

Algunos piensan que esta clase de unidad es demasiado difícil. Pero la unidad que protege la diversidad y la belleza de las singularidades culturales y la imagen de Dios en cada persona (y que encuentra acuerdo en la vida compartida de Cristo) sí vale la pena. Ser portadores de Su imagen y participar juntos en la misión de Dios es la prioridad.

Nos resulta fácil perder la vista de la misión y enforcarnos en todo lo que nos falta. Esta distracción es un problema en todo el mundo. Nos convencemos de que la misión no puede avanzar si no tenemos más dinero, más edificios, más líderes. Y es cierto que la misión no puede avanzar si la vemos como nuestra misión.

Pero es la misión de Dios, y Jesús ha dado a Su cuerpo interdependiente todo lo que podría necesitar para participar en ella (ver Mateo 6:31-33; 2 Corintios 9:8; Filipenses 4:19; 2 Pedro 1:3). Juntos somos mejores (ver Romanos 12:3-8).

En mi trabajo, tengo el privilegio de formar vínculos internacionales. En ese rol, mi meta no es ayudar a que mis amigos se vuelvan más independientes. Trabajando con otros hermanos y hermanas en Cristo, me he dado cuenta de cuánto los necesito. Soy un mejor seguidor de Cristo gracias a mi relación con ellos. Mi meta es honrar la imagen de Dios en ellos y encontrar maneras de abrir puertas para contribuir mutuamente a la misión de Dios en todo el mundo. Yo estoy convencido de que juntos somos mejores.

¿Tú qué opinas? ¿Te cuesta ver la imagen de Dios en alguna persona? ¿O quizás en toda una comunidad? ¿Eso cambia la manera en que te relacionas con ellos? ¿Podría ser este un buen momento para reflexionar sobre tu propia necesidad de cambiar la forma en que ves el mundo?

Mi amigo Abdou tenía razón. Sí es una cuestión de cosmovisión, y sí necesito a los demás para convertirme en todo lo que Dios quiere que sea. Yo soy interdependiente y juntos somos mejores.

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Eric S.

Eric S. es el director de área de Asia para Misiones Mundiales Metodistas Libres (FMWM). Eric supervisa al equipo misionero de FMWM en Asia y colabora con líderes nacionales para elaborar estrategias de apoyo que ayuden a expandir la iglesia. También trabaja deliberadamente para conectar la iglesia en Asia con la Iglesia metodista libre de Estados Unidos, fomentando la colaboración y las relaciones que serán beneficiosas para ambas iglesias. Eric y Virginia, su esposa, han servido a la Iglesia metodista libre desde 1990. Haz clic aquí para conocer más sobre ellos y apoyar su labor.