Por Martha Hagemann
“Porque vivimos por fe, no por vista” (2 Corintios 5:7).
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía. (…) Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:1–3, 6).
El mundo está cambiando —rápidamente—. Las culturas chocan, los valores cambian y la certeza se siente como un lujo.
Pero, en medio de este torbellino, la fe sigue siendo nuestra ancla. La fe no siempre grita; a veces susurra en los rincones silenciosos de nuestra vida, recordándonos quiénes somos y de quién somos.
He sentido esos vientos cambiantes. En mi comunidad, las tradiciones se están redefiniendo, y las viejas formas de hacer las cosas están dando paso a nuevos ritmos. La tecnología, la política y las crisis globales han transformado la forma en que vivimos, nos conectamos y creemos. Sin embargo, en este flujo, he encontrado a Dios no ausente, sino presente de nuevas maneras.
La fe no es estática. Se mueve con nosotros. Nos encuentra en el mercado, en el espacio digital, en conversaciones con desconocidos. No se limita a los bancos o los domingos por la mañana. Está viva en cómo respondemos a la injusticia, cómo cuidamos a los vulnerables y cómo elegimos la esperanza cuando el miedo es más fácil.
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“Cuando compartimos cómo Dios nos encuentra en nuestra vida cotidiana —en el dolor, en la alegría, en la lucha— invitamos a otros a verle también”.
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Fe en la acción
Durante la pandemia, vendí mascarillas en el mercado local. No era solo comercio: era ministerio. Cada intercambio era una oportunidad para ofrecer amabilidad, sonreír, recordar a la gente que habían sido vistos. Eso es fe en acción. Eso es la cultura encontrándose con Cristo.
He aprendido que la resiliencia es una disciplina espiritual. No se trata solo de sobrevivir, sino de elegir creer que Dios sigue obrando, incluso cuando el mundo se siente roto. Es criar a los niños con valores que trascienden las tendencias. Es orar por líderes, incluso cuando no estamos de acuerdo. Es presentarse con gracia en espacios que se sienten hostiles.
La fe en un mundo cambiante significa escuchar más. Significa comprometerse con la cultura sin perder la convicción. Significa estar arraigado en las Escrituras y, al mismo tiempo, abiertos al mover del Espíritu. Significa hacer preguntas difíciles y confiar en que Dios no se siente amenazado por nuestras dudas.
Testimonios vivos
Creo que nuestras historias importan. Son el puente entre la fe y la cultura. Cuando compartimos cómo Dios nos encuentra en nuestra vida cotidiana —en el dolor, en la alegría, en la lucha— invitamos a otros a verle también. Nos convertimos en testimonios vivientes, sermones ambulantes y faros silenciosos.
Así que elijo vivir con las manos abiertas y el corazón firme. Elijo confiar en que, incluso en los vientos cambiantes (Efesios 4:14), Dios sigue siendo Dios. Y eso es suficiente.
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Martha Hagemann es una escritora reflexiva radicada en Namibia. Actualmente está trabajando en su primer libro, “A New Beginning [Un nuevo comienzo].” Su escritura explora la memoria, la emoción y los espacios tranquilos entre las personas, inspirándose en experiencias personales, familia y el poder duradero del amor. Con una pasión por la sanidad emocional y la restauración espiritual, busca inspirar a las mujeres a levantarse del dolor y caminar con valentía con propósito.
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